miércoles, octubre 3

Infinitamente sin fin

Flotar. Como nadar sin mojarse.
Sumergirse en verdades tan tuyas, que de otra forma no las hubieras visto.
Tener la certeza, aunque sea por un instante, de que lo mejor está por verse.
Sentir esa emoción, esas ganas... Sentir vida.

Veo... Casi sin mirar. Espiando a través de los tapujos.
Me saco la armadura.
Mi escudo resuena golpeando el piso. Mi espada se hunde en el pasto, se desintegra en la tierra.
Las raíces absorben el frío del metal y lo convierten en una brisa cálida.
Una brisa que vuela hasta mí, soplada por una nereida de largos cabellos. Opaca y transparente.
Su nariz roza la mía. Está volando... como yo, pero distinto.
Ella, es parte del aire mismo que me rodea, es una pizca de mí.
Su pelo empieza su camino entre las copas de los árboles, y termina acariciando sus pies descalzos.
Conoce los caminos, pero no tiene rumbo.
Me lleva... ¿o voy sola?
Las nubes son mi lecho, descanso en ellas.
Abrazo a una estrella, brillante, felíz.
Me pierdo en la inmensidad de la noche, la dejo entrar en mí... Podría jurar que hace tan solo un instante era de día.
¿Es que acaso importa?
Me desperezo. Me acerco a todo, me alejo de mí.
Sus manos recorren mi rostro con ternura, prometiendo sin decir una palabra, un próximo encuentro.
Las olas me acompañan hasta la orilla. Arena. Tierra firme.
Observo el cielo, el mar y sonrío. Soy cómplice. Soy suya, son míos, de nadie.
Me siento pura. Pacífica. Plena.
Infinita, por ella.